domingo, 31 de agosto de 2008

La vida a pinceladas

Una mujer dibujaba sus últimos rasgos descarnados, con pinceladas de lágrimas casi inexistentes, dejó su pincel a un lado y caminó hasta quedar en frente de la ventana, atisbando un hermoso día, con rayos de sol, entre cruzados con sonrisas de pequeños y risueños niños jugando en el parque, de una fuente bebían unos gorriones que chapoteaban en sus aguas, un par de enamorados en un banco y un anciano con su perrito bien amado, ella solo hacia que observar y dejaba de vez en cuando escapar una sonrisa de sus labios, casi invisible e irónica, por ver ese tan bonito panorama, podría dibujarlo, si, pero lo que otro vería como hermoso, ella lo veía como infrahumano, risas y alegrías, amor y placer... todo lo trasportaba al pozo de sus descontentos y se ahogaba cada vez mas en él, ¿porque los demás no podían ver, lo que ni a un palmo se podía oler? Y pensaba que, seguro a esas personas alguna tristeza les dañaba, y en cambio estaban allí riendo y jugando demostrando alegría por doquier ¿y porque ella se sentía tan perdida? ¿Porque no podía reír con alegría? Ella solo veía su vida pasar a pinceladas creadas por bestias, con puños moldeados por niños y con plastilina, pero que de igual modo laceraban su corazón, su espíritu y su rostro, dejándola casi palideciente ante la triste pintura que no hacia ni dos minutos estaba dibujando.


Esa mujer, doliente y errante ante el estado anímico que su vida había creado, sepultaba sus recuerdos en una fría caja de cartón, allí guardo sus tesoros mas preciados y lloró, lloró hasta haber disecado la bolsa de su lacrimal, hasta ver que por mas que llorara, de sus ojos no saldría nada.


Había sido bella, hermosa como una orquídea, como una flor anacarada, esa belleza quedaría por siempre ocultada, siendo visitada de vez en cuando por el dolor y la soledad que ahuyentaba cruelmente su felicidad.


Un buen día decidió cambiar su vida, se levantó y rebuscó un papel en esa caja de cartón que enterraba al fondo del armario, para que la felicidad que yacía en ella no la hiciera daño, busco y busco... aquel trozo de papel y al fin lo encontró permanecía doblado, con un ligero olor varonil y amarillento por los años que habían pasado desde que el mismo nació, en el había escrito solo dos frases bien compuestas y llenas de amor :


”Eres mi niña bella, mi dulce azucena
ven conmigo a compartir una vida plena”


Al leer estas palabras ella comprendió lo que en verdad deseaba, aquello que por orgullo y vanidad alejó de su lado, pero de repente la decisión de una nueva vida cobro figura de diablo que le esbozaba risotadas altisonantes, entonces comprendió que el papel no estaba amarillento por la humedad, si no por los años pasados y enterrados en esa caja de cartón, se miró al espejo y pudo ver que la tersa tez, ya no era tan tersa, y una figura geométrica casi deformada, su cuerpo declinado y apesadumbrado por la soledad con la que había marcado su camino.


En ese momento se dejo caer al abismo de una oscuridad y solo pudo ver a través de sus párpados, ahora medio cerrados un atisbo de luz tan ínfimo y frustrante, roto por el cruel destino que partió sin aviso, añoró a aquel tren que se fue sin hacer sonar la campanada de la última llamada de embarque, dejándola en el arcén cultivada entre deseos, lágrimas y llantos...


“El amor es como el viento, si logras atraparlo, proclámate dueño y señor de sus alas, porque si no lo haces, volverá a volar, y nunca se sabe si te volverá a rozar, no vaya a ser que un día te despiertes entre sabanas mojadas por las lágrimas, y te des cuenta que él, alzó su vuelo en su mejor momento y partió, sin avisarte y entonces podrías darte cuenta que la vida te quedó hecha a pinceladas en un bosquejo sin pena ni gloria”


Yoyo

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